Cálidos atardeceres merece quien con sudor y fe amanecía cada jornada mientras pudo trabajar. Dejen que las sosegadas tardes terminen de madurar el alma cansada, pues entre sueños y despertares, la providencia magnánima va mostrando la verdad sublime con la paciencia con que cae el rocio y la delicadeza de perfumados aromas a los que se les permite acceder.